Dos ensayos para redescubrir a Virginia Woolf
31 mayo 2023 4:33 pmPor Biblioteca Viva
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Woolf es quizás la escritora inglesa más importante del siglo XX, una figura emblemática en la narrativa de la primera mitad del siglo pasado. Creadora de una voz propia y distintiva en cuentos y novelas, fue además una destacada intelectual de su época con críticas literarias, publicaciones en periódicos y contundentes ensayos. Un cuarto propio es su creación más conocida en este género, una obra ineludible del pensamiento feminista del siglo XX, a cuya lectura queremos sumar dos ensayos menos conocidos, mucho más breves pero que dan cuenta de su lúcida mirada a la creación y la narrativa de su época. / Por: Astrid Donoso H
Parece que siempre el trabajo como novelista de Virginia Woolf ha eclipsado un poco su rol como ensayista e intelectual. Más allá de su clásico Un cuarto propio, mucho de sus escritos en múltiples, ensayos y reseñas, ha quedado relegado a un segundo plano, y muchos ni siquiera conocen su existencia. Y es que hay mucho más que el ensayo antes aludido, uno de los más importantes del siglo XX, pues por más de dos décadas Woolf se dedicó profesionalmente a estos otros géneros, antes que a la novela. Esto son mencionar su enorme producción en cartas y diarios personales, otro ámbito muy interesante de su formación como escritora y lectora, que permiten dar cuenta de su trabajo, sus relaciones, su vida privada y su entorno.
De formación autodidacta, Virginia Stephen (luego adoptaría el nombre de su marido, Leonard Woolf) creció en una familia con fuertes vínculos a importantes intelectuales de su época donde la figura de su padre predominaba como una eminencia. Sir Leslie Stephen era un novelista, historiador, ensayista y biógrafo, reconocido por el emblemático Diccionario de la biografía nacional y recibía visitas en casa de la talla del poeta Alfred Tennyson, el pintor Edward Burne-Jones y novelistas como Thomas Hardy y Henry James. Pero a diferencia de sus dos hermanos, Virginia y su hermana, la futura pintora Vanessa Bell, no tuvieron una educación formal y crecieron con esas influencias que podían vislumbrar en casa pero, por sobretodo, con la inmensa biblioteca donde pudieron leer y aprender de clásicos y de literatura inglesa.
Esto era lo habitual en la época y, esa diferencia con otros autores, hombres y de cierta clase socioeconómica, que pudieron acceder a una educación de once años es algo que la autora siempre menciona. Lo releva como una de las principales carencias en la formación de mujeres, relegadas a permanecer en sus casas y contentarse con aprender lo básico para luego convertirse en esposas y madres, cumpliendo el rol de “ángel del hogar” que, como ella misma señala, se encargó de matar para poder convertirse en escritora y en la mujer que fue.
Siempre inquieta en su vida adulta, Virginia fue parte esencial de unos de los círculos de intelectuales y artistas más importantes de Inglaterra, donde confluían escritores, pintores, artistas, críticos e incluso un economista. El grupo de Bloomsbury es un espacio que no solo contribuyó a la creación y a la crítica, sino que alimentó el interés de Virginia por el diálogo, por la creación, por desafiar la convención de los géneros y la forma en cómo se escribía y aquello que se quería comunicar. Este dato biográfico es una coordenada clave para entender su interés, no solo por la literatura, sino por cómo se narra la vida, acercándose a la experimentación, buscando nuevas formas de expresión, siempre teniendo como punto de partida la experiencia de lo vivencial.
Antes de publicar algunas de sus más famosas novelas como Mrs. Dalloway o Al Faro, fueron los ensayos y trabajos en periódicos los que en gran medida validaron az Woolf como intelectual de la época. Este fue un espacio donde no solo dio cuenta de una aguda lectura de autores canónicos y contemporáneos, sino que propuso y donde ella misma logró experimentar con la forma y las palabras, encontrando una voz propia para comunicar una mirada particular. Esto con la constante consciencia de ser mujer en un territorio dominado, como casi todos, por hombres, otro elemento esencial a tener en cuenta y sobre el cual volvería una y otra vez, que cruza toda su obra. Es por esto que hoy se le considera un antecedente importante de la literatura feminista del siglo XX, tema del cual escribiría ampliamente en el imprescindible Un cuarto propio.
A través de los ensayos, Woolf comienza a dar cuenta de una mirada distinta a este género: se aleja de la idea de un intelectual que escribe y ve desde su propio mundo, desde su “torre inclinada”, dictando con tono de autoridad y verdad absoluta una mirada específica sobre un tema particular. En los Ensayos personales -como hoy se les conoce- la voz del autor corroe esa concepción tradicional en pos de una voz flexible, comprometida con la experiencia humana y su multiplicidad. Todos elementos que luego alimentaron sus cuentos y novelas.
Entre sus escritos destaca La torre inclinada, un texto leído en una conferencia en la Asociación de Trabajadores en Brighton, en 1940, y que manifiesta la idea del autor como reproductor de una estructura y lectura del mundo, de una pequeña porción de la vida humana, perpetuando una idea alejada de la realidad. Una mirada que es muy del siglo XIX y que ella no solo critica, sino que se dedica a cambiar, a mutar por medio de su ejercicio como escritora y crítica.
Quizás el hecho de que careciera de educación formal y, que gran parte de su formación fuera el tenaz auto aprendizaje, sea un elemento fundamental que permitió que zafara de cierta arquitectura preestablecida, que la academia y las escuelas de la época seguían perpetuando en la mente de los pensadores y creadores. Una inevitable estructura mental y visión de mundo que termina siendo una especie de corset (por irónico que esto suene) al pensamiento propio, a una forma de escribir y enfrentar el mundo. Y es que, para esos autores formados primero en lugares como Oxford o Cambridge, la instrucción recibida era algo de lo cual no podían deshacerse, la crianza estaba allí y condicionaba su mirada, y que terminaba por parcelar la vida, aislándolos en su torre inclinada donde el mundo que percibían, conocían y en el cual se movían era solo una pequeña porción de la realidad. Y así, la mayor parte de esos escritores e intelectuales prosiguen su vida usando la misma pequeña “caja de juguetes”, las mismas herramientas que su extensa educación se les ha dado, y no se aventuran en terrenos inexplorados, posibilidades nuevas, conformándose con los caminos ya conocidos, con esa zona de confort.
La invitación de Woolf es hija también de la convulsionada época que le tocó vivir (qué época no lo es, nos preguntamos hoy). La primera gran guerra, la caída de los imperios, la ascensión del nazismo, los gigantescos cambios culturales y luego la Segunda Guerra mundial, terminaron por sepultar un mundo lleno de certezas, que parecía inamovible. Y ante ese caos de incertidumbre, el arte y la cultura no podía quedar ajenos, menos en alguien con las inquietudes de Virginia. Así, los autores del siglo anterior, o los que conservaban ese espíritu, se volvieron al pasado, a esa parcela de la realidad que conocían y de la cual no querían salir, pues no sabían cómo, no veían más allá. “Tenían tiempo libre, tenía seguridad, la vida no iba a cambiar, ellos mismos no iban a cambiar. Podían mirar y apartar la mirada”.
En cambio, Woolf se vio enfrentada a encontrar sus propias herramientas, a conocer las clásicas, pero a no temer al juego, a apartarse del canon y lo conocido, creando unas nuevas herramientas sin límites, siempre en estado exploratorio de formas, en búsqueda de una voz y un pensamiento propios. De esta forma, quería dar cuenta de las posibilidades de la creación, de que las fórmulas no existen y que todos los métodos pueden ser correctos si sirven al propósito de decir lo que el autor quiere. Y es que como bien señala: “El horizonte no tiene límites y que nada -ningún método- ningún experimento, ni siquiera los más descabellados-están prohibidos, tal solo la falsedad y el fraude. La “materia prima adecuada de la narrativa” no existe, todo es adecuado para la narrativa, todo sentimiento, todo pensamiento, se hace uso de todas las cualidades del intelecto y del espíritu; ninguna percepción viene mal”.
En otro ensayo, La narrativa moderna, examina otra vez, desde otro ángulo, la necesidad de la flexibilidad, del cambio, de otorgar a lo que se escribe veracidad a la experiencia de cómo experimentamos la vida misma, la cual no es ordenada, lineal y menos simétrica. Algo que podemos leer en contemporáneos como Ulises, de James Joyce, que luego llevará el experimento un paso más allá con Finnegans Wake, pero también en la obra de la misma Woolf como novelista con libros como Orlando, una extravagante biográfica donde un personaje recorres varios siglos mutando de sexo, o mejor aún, con el relato coral de Las Olas, donde seis soliloquios y el flujo de la consciencia logran combinarse en la obra más experimental de la autora. Es que las palabras no viven en los diccionarios sino en la mente, dice Woolf. “¿Y cómo viven en la en la mente? Variada y extrañamente, como viven los seres humanos, alejándose, acercándose, enamorándose, apareándose. Es verdad que están menos atadas por las ceremonias y convenciones que nosotros.”
Con estos ensayos, Woolf buscaba abrir los horizontes de la creación, no solo dando cuenta de los errores de algunos autores contemporáneos aferrados a las certezas de un mundo que ya no existía, sino dando al lector un papel crucial, especialmente a la mujer. Porque ambos textos no solo le hablan a los pensadores y escritores de su época y el pasado reciente; habla a los lectores, a quienes han carecido de una instrucción formal y que hoy pueden ser ellos mismos quienes construyan su gusto, su propio camino lector, algo que antes estaba reservado a unos pocos, tal como ella lo hizo.
Es un luminoso llamado al futuro, a considerarnos a todos los lectores como críticos, como creadores, como capaces de discernir entre una cosa y otra y no seguir ciegamente la mirada de esos autores intelectuales de la torre inclinada. Una invitación a visitar y usar las bibliotecas públicas como espacios de autoformación, de autodescubrimiento donde la experiencia personal fuera la contribución a esas nuevas posibles miradas, especialmente a las mujeres que en esos días poco a poco iban ganando espacio más allá de lo doméstico. “Escribamos a diario, escribamos libremente” nos dice en el mismo ensayo, porque “la literatura no es el terreno privado de nadie. La literatura es el bien común. Entremos libre y sin miedo y encontremos nuestro propio camino”.
Libros donde se encuentran los ensayos referidos:
La torre inclinada está publicado en Los artistas y la política. Alquimia, 2020 (original de 1904).
La narrativa moderna en El lector común. Lumen, 2009 (original de 1909).
En los Ensayos personales -como hoy se les conoce- la voz del autor corroe esa concepción tradicional en pos de una voz flexible, comprometida con la experiencia humana y su multiplicidad.