«Una pequeña fiesta llamada eternidad», de Gabriela Wiener
04 septiembre 2023 10:58 amPor Joaquín Saavedra
Licenciado en Literatura y en Estética. Ha escrito reseñas y criticas literarias en medios digitales y es parte de Editorial Cuneta, colabora con el Cine Arte Alameda y participa de la banda musical Paracaidistas.
Con un tono intimista y sincero, este año la editorial Los Libros de la Mujer Rota publicó el nuevo poemario de la escritora peruana Gabriela Wiener «Una pequeña fiesta llamada eternidad». Una oda a la vida humana y a la lucha por la libertad en su estado más natural, arrojado a los instintos.
La figura de la escritora y periodista peruana Gabriela Wiener ha sido una de las más representativas en el circuito latinoamericano cuando hablamos de discurso político y disidencias. La autora ha llevado la teoría y la posición de los marginados ante dinámicas patriarcales, coloniales y racistas, a la práctica como pocas veces se ha visto. Desde un espacio disruptivo, la poeta realiza una resistencia activa tanto en el campo cultural como en su vida cotidiana, lo que se puede ver en sus libros en los que nos narra sobre su bisexualidad, sus relaciones poliamorosas, la realización de cursos para deconstruir los cánones sexuales, su manifestación por la libertad en todos los planos y su prosa deslenguada para hablar sin tapujos sobre sus ideas y sus propias contradicciones. Con un tono intimista y sincero, este año ha publicado un nuevo poemario titulado Una pequeña fiesta llamada eternidad (Los Libros de la Mujer Rota) en el que retrata los pensamientos y su diario vivir en España en medio de las tensiones que todo latinoamericano debe vivir en el continente europeo.
El libro comienza con el poema «Podía ver la revolución desde mi wáter» en el que se toca algo transversal de su literatura a través de este enunciado un tanto vulgar para lectores más acostumbrados a la belleza figurativa canónica. La frase viene de una imagen literal; la escritora sentada en el baño mirando por la ventana. En algunos casos, la visión daba a sectores centrales donde merodeaban activistas políticos y congresistas, y en otros, miraba cómo se planteaban ideas subversivas y disidentes en aquel lugar. En un plano más metafórico, el poema nos estaría hablando de que la revolución que ella está viendo también forma parte del cotidiano de defecar y de aceptar esos espacios íntimos que son tratados como temas tabúes. Desde esa sinceridad e intimidad, este libro comienza a analizar el mundo y los sentimientos individuales de la escritora.
Me creí una celebridad del amor libre
pero seguí muriéndome
de celos.
Tuve un hijo colectivizado.
Podía ver la revolución desde mi wáter.
Como es habitual en sus libros, la escritora plantea problemáticas en las que ella se ve inmersa producto de la cultura; algo que le afectó desde su niñez y que hoy puede mirar con mayor altura de miras. Uno de los poemas que llama la atención, muestra sus contradicciones y el racismo al que estuvo condicionada en un episodio escolar en el que habla de los mohicas eróticos, tema tratado en su libro anterior, Huaco retrato: «Lo vi follar en el museo cuando era niña / nos llevó mi profesora de historia, / los escolares colapsaban de risa y estupidez / y yo moría de miedo de que alguien dijera / que una de esas putas mohicas se parecía a mí / por puta y por marrón / y lo hicieron». El efecto de la cultura inca participa tanto para generar una resistencia contra el discurso colonial de las clases aristócratas blancas y europeas, como para replantear sus propios prejuicios y los de su pasado.
Siguiendo con esta línea, Wiener también nos habla sobre la falsa felicidad y la herramienta performática que el sistema económico ha generado en los últimos tiempos gracias a las redes sociales para cada individuo: «Nuestra vida de mierda mola. / Nuestro mundo de mierda mola. / A precarias, pobres y paradas / le pones el filtro y te quedas con flexibles, / poco consumistas y emprendedoras. (…) El neoliberalismo pone el filtro. / Nosotras ponemos el cuerpo». El ejercicio de representación para fomentar apariencias de éxito ha logrado establecerse como un mecanismo para el encubrimiento de los problemas reales de la sociedad. Una fantasía de la que ella también se hace parte pero que logra reconocer y analizar.
La idea de un entramado estético en torno a la felicidad también genera prejuicios y valores morales que fomentan el desprecio por lo distinto. Esta falsa careta vinculada al éxito queda desmantelada ante la sinceridad y la muestra del cotidiano que Wiener implanta en sus versos. Como siempre, con un gusto de tocar la fibra de grupos más conservadores, la escritora nos muestra su práctica sexual: «Y me corría convencida de que ella me paría a mí,/ que yo brotaba por primera vez de su vagina/ como una bebé bañada de líquido amniótico. »
El acto de revelar su gusto por el sexo con mujeres embarazadas, me parece que sin duda representa un punto tajante para la comprensión de su literatura; la búsqueda de la esencia de la naturaleza y la corporalidad lejos de los tapujos que la cultura católica y occidental ha generado negativamente en cada uno de los individuos. En este caso, la poeta se inmiscuye en la fuente de la vida, mostrándonos de manera hermosa un tema escondido para la sociedad.
A fin de cuentas, este libro, que también menciona entre otras temáticas al fin del mundo y el desprecio al mundo laboral, termina por ser una oda a la vida humana y a la lucha por la libertad en su estado más natural y arrojado a los instintos. Esa búsqueda y resistencia resulta ser una especie de fiesta en el que cada nuevo espacio ganado, o perdido, también se transforma en una experiencia que afianza los principios y a la comunidad subversiva. El sueño anticapitalista y anticolonialista que se despoja de las trabas y tapujos culturales, herencia del occidente católico y europeo, se transforma en una celebración justamente pequeña ya que nace desde lo individual para generar un ideal colectivo con aspiraciones de eternidad.
Me creí una celebridad del amor libre/ pero seguí muriéndome/ de celos./ Tuve un hijo colectivizado./ Podía ver la revolución desde mi wáter.